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Érase una vez un viajero que caminaba de regreso a casa por las cálidas arenas del Sahara


 descalzo con un sol abrumador sobre él y una sed incontrolable, sabia que faltaba poco para 


llegar a su hogar y eso le reconfortaba.

De pronto, en su camino algo en el suelo llama su atención, era una víbora de cascabel, y el 


crótalo se retrae asustado al ver al hombre que pasaba, éste a su vez se sobresalta espantado pero


 llama su atención el comportamiento del animal y decide acercarse un poco mas a él. Para esto 


observa que estaba herido y desangrándose y entiende el porque del comportamiento del animal


 pero eso conmovió su noble corazón y decidió levantar a la alimaña con cuidado del suelo y 


llevarla a su casa, la pone en una cesta y así la transporta, al llegar a su casa el viajero con 


cuidado saca al animal de la cesta y la pone en una jaula de cristal.

Al paso de los días la cuida, la alimenta, la cura de su herida, la atiende con cariño, la acaricia,


 etc. después de algunas pocas semanas, una mañana al introducir su mano a la jaula de la víbora


 para alimentarla como de costumbre sucede algo extraño: estrepitosamente la serpiente muerde 


en la mano a su amo, inyectándole fatal veneno que inmediatamente comienza a correr por sus 


venas, éste asombrado cae al suelo con dolor y desconcierto sabiendo que su muerte esta cerca,


 solo toca su mano en el sitio de la mordida y para esto el animal baja de la jaula y se escurre por


 debajo de la mesa, continua su camino por el suelo y se posa cera de la cabeza del hombre y éste


 con lagrimas en los ojos pregunta:

- ¿porqué me atacaste? yo te alimente, te salve la vida, te cuide te traje a mi casa, te brindé mi 


cariño...

El Ofido cínicamente responde: ¡Sabias que era una víbora!